Introducción
China ha revelado un ambicioso plan para convertir la inteligencia artificial en el motor principal de su economía: el informe oficial sobre las “nuevas fuerzas productivas de calidad” fue aprobado el 26 de junio de 2025 y marca un antes y un después en la estrategia tecnológica de Pekín[1]. Con un crecimiento del 22,2 % en la producción de semiconductores en 2024 y exportaciones que alcanzan los 159.500 millones de dólares, el país superó los teléfonos móviles como piedra angular de su comercio exterior[1]. Ahora, la gran apuesta es integrar esas capacidades en redes de servicios inteligentes y productos de alto valor, al tiempo que se ofrece «trato nacional pleno» a empresas foráneas que inviertan en sectores clave[1].
Contexto político
Detrás de esta hoja de ruta está la consigna de defender la soberanía tecnológica frente a las presiones de Washington, que lleva tres años estrangulando el acceso de China a chips avanzados y sistemas de vanguardia[7]. Desde una perspectiva conservadora, la iniciativa ejemplifica el sentido común de un Estado que prioriza la libertad de mercado y la innovación sobre el asistencialismo burocrático: se trata de remover trabas regulatorias para que el talento y el capital extranjero aceleren la modernización, siempre manteniendo firme el control estratégico de las infraestructuras críticas[1][16].
Desarrollo técnico
El núcleo innovador del plan consiste en potenciar modelos lingüísticos de última generación con una eficiencia energética y computacional orden de magnitud superior a la de sus homólogos occidentales. Empresas como DeepSeek han desarrollado arquitecturas de código abierto que equiparan su rendimiento al de ChatGPT-4 utilizando apenas un tercio de los recursos, gracias a técnicas de *pruning* y cuantización adaptativa[11]. Con ello, se busca desplegar servicios inteligentes en dispositivos móviles y en el borde de la red, donde la latencia y el consumo marcan la diferencia en aplicaciones como la manufactura predictiva y la medicina de precisión.
A su vez, el Gobierno promueve redes de centros colaborativos en las provincias de Guangdong, Zhejiang y Sichuan, donde multinacionales de la talla de Siemens y BASF acceden a laboratorios avanzados y datos de programas como “Sharp Eyes”, que recopila información de cámaras urbanas para entrenar sistemas de visión computarizada[9]. Así, las fábricas equipadas con esas soluciones han logrado reducir defectos en un 45 % e incrementar la producción un 22 % sin invertir un solo yuan adicional en maquinaria[5][12].
Análisis crítico
La ventaja principal radica en la integración sistémica: no se trata solo de exportar chips o licencias de software, sino de transformar cadenas de valor completas para generar mayor valor añadido. Desde la óptica de la libertad individual, este enfoque favorece la creación de miles de pymes tecnológicas que adoptan innovación de base para competir globalmente, sin depender de subvenciones perpetuas[6]. Sin embargo, el modelo arriesga concentrar el poder en unos pocos “campeones nacionales” que reciben subsidios y acceso preferente a contratos estatales, lo que podría sofocar la competencia genuina y generar oligopolios de facto[9][13].
Por otro lado, la dependencia de equipos avanzados de litografía de EUV, suministrados exclusivamente por ASML, revela una vulnerabilidad crónica: mientras China logra producir chips de 7 nm por métodos alternativos, sigue necesitando tecnología occidental para escalar a 5 nm y menos. Esa limitación obliga a destinar cerca de 142.000 millones de dólares en I +D propia —un coste que tardará años en amortizarse y cuya rentabilidad está lejos de estar garantizada[7].
Implicaciones prácticas
Para aprovechar plenamente el plan, resulta imprescindible simplificar todavía más los procesos de registro y autorización de proyectos tecnológicos, garantizar la repatriación efectiva de utilidades a inversores extranjeros y fomentar alianzas público-privadas que transfieran conocimientos con interlocutores globales. La regulación de datos, en lugar de constituir un freno, debe orientarse a certificar la calidad y la ética de los procesos, estableciendo estándares claros que sirvan de referencia internacional.
Cierre contundente
China ha encendido la mecha de una transformación industrial que rivaliza con los estándares más exigentes del mercado libre y que desafía las restricciones de Washington. Solo quien desdeñe el sentido común podría subestimar la velocidad con la que esa IA y las infraestructuras de innovación asociadas están redefiniendo la competencia global. Ahora corresponde a cada ciudadano, inversor y responsable político decidir si se suman a este impulso hacia la vanguardia tecnológica o renuncian a los beneficios de la segunda economía del mundo.